El viajero cruza los Propileos
en sagrado silencio, igual que los antiguos atravesaban el umbral del templo en
una ceremonia mistérica. Se detiene a admirar la solidez de las columnas del
Partenón. Desde abajo suben los rumores de la ciudad que se derrama blanda por
la llanura del Ática. Al fondo adivina el mar, siempre el mar; ese mar que da
sentido y unidad al mito de Grecia. En estas tierras helenas –reflexiona-
olvida esa insoportable levedad de un ser que aquí, en la luminosa simplicidad
del vivir griego, adquiere contornos precisos y formas rotundas.
En Delfos, el ombligo del
mundo, se afana por captar la esencia de un mar verde de pinos que resbala
suavemente por las laderas. Después, en la isla de Chalki observa el exterior a
través de la blanca ventana encalada y detrás, el horizonte azul. Días más
tarde contempla extasiado en la pequeña playa cómo el mar se torna gris y
oscuro al atardecer y comprende por fin qué vio Homero al hablar del mar color
de vino. En el barco que le lleva a Ítaca la aurora de rosados dedos acompaña
su travesía por la inmensidad de este pequeño mar. El Mediterráneo. El paisaje
griego: pino, roca, mar y sol. Una tierra reseca forjada por el cincel de los
poetas. Un mar que es a la vez promesa de aventuras, lugar de naufragios,
nostalgia de la patria. El mar de la Romiosini.
De vuelta a casa el viajero se
demora en la contemplación de postales, fotografías y dibujos esbozados en
cuartillas. Abre los cuadernos y revisa sus notas. Hojea con mimo las ediciones
de los poetas compradas en alguna librería de viejo en Atenas. Relee sus
versos. Silabea una tras otra las palabras aprendidas en griego: θάλασσα, φως,
ήλιος, νόστος... -mar, luz, sol, regreso-. Fragmentos dispersos que recompone
en su memoria y sus afectos ¿Cómo dar materia a este mar azul infinito? (En su
mente, el verso de Esquilo: El mar ¿quién podrá agotarlo?)
¿Qué textura dar a un pino, a
una roca, al Egeo rizado por el meltemi? ¿Cómo trasladar a imágenes silentes
tanta poesía? Ut pictura poesis. Atardece. Al compás de una delicada melodía de
la Karaindrou, Odiseo, el viejo marino surcador de mares, narra con palabras
milenarias qué se siente cuando luchas con las olas, y con la vida, mientras la
sal y el sol te queman la piel. Seferis escucha complacido y, más allá, un
descreído Tiresias propone desde el número 10 de la Rue Lepsius un acertijo:
¿Qué significan las Ítacas?
El viajero dispone el lienzo y
los pinceles. Prepara las pinturas: azul, rojo, blanco, verde, amarillo… Alza
la mano con los ojos y el corazón llenos de mar. Entre colores, el pintor encontró
su patria.
Alicia Morales Ortiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario