Palmeral. Óleo sobre lienzo - 54 x 63 cm
Con quince años ya era uno de
esos adolescentes raros que en vez de colgar un póster de Alfredo Di Stéfano
tenía uno de Picasso octogenario bailando en calzoncillo; una fotografía de
Douglas Doucan que todavía me parece irreverente y divertida, sobre todo en una
época amordazada y sombría como fue la postguerra. Mazarrón no contaba entonces
con espacios expositivos. La única salida para un muchacho con el veneno del
arte corriéndole las venas era coger el autobús y emprender un tedioso viaje
(de infinitas paradas) a la “capital”, por una carretera plagada de baches y
curvas. Acumulaba “pagas” y, una vez al mes, procuraba subir a Murcia a ver
museos y galerías. Devoraba exposiciones buscando respuestas a mis inquietudes
artísticas. Mis pintores fetiches entonces eran Picasso, Miró, Cézanne, Chagall
y Matisse: todos tenían en común el dominio del color.
Ya estudiante universitario,
en el 82, en la extinta Sala Municipal de Santa Isabel, naufragué sin remedio
en la exposición Una luz velada. Seguía
la pista de Mengual desde unos dibujos a tinta china que había visto en
Al-Kara, pero fue la vitalidad del colorido de esta exposición la que me atrapó
por completo. Estuve más de una hora en la sala, sume4rgiéndome en sus azules
nocturnos, nadando entre amarillos vibrantes, rojos imposibles… Iba como un
crío en la noche de Reyes, recitando en cada cuadro: “Qué bonito, qué bonito,
qué bonito…” Al llegar a casa volqué las emociones sentidas en un cuaderno: “A
veces el sol se obstina en salir a pesar de la lluvia; entonces se produce ese
fenómeno maravilloso, casi mágico, que corona el horizonte con siete colores
brillantes: es el tesoro secreto de la luz”.
Después de aquella exposición
me convertí en adicto a su obra y en fan condicional. En cada nueva colección,
Antonio renovaba fuerzas, energías, sinceridad de trazos, valentía, color… construyendo
un lenguaje propio, cimentado desde el interior, que te atrapaba por completo.
Cuando en los noventa tuve la fortuna de conocerle a través de unos amigos
comunes, los pintores Ignacio García y Mercedes Molina-Niñirola, pude comprobar
que su producción era fruto de un trabajo incansable, una reflexión continua,
una honestidad y generosidad sin límites… Mi admiración por su obra se extrapoló también
hacia su persona.
En esa época empecé yo a
exponer y a él le gustó una pieza de mi primera individual: un Hombre Pájaro, realizada en ladrillo
manipulado, que ahora sueña con volar junto a su chimenea. Que el pintor de la
luz quisiera intercambiar obra con un neófito como yo, fue toda una inyección
de autoestima que me hizo seguir adelante. Al día siguiente fui a su estudio (no
fuera que se arrepintiera) y me dijo que eligiera lo que quisiese. Me acerqué a
los papeles pequeños y elegí uno que me gustaba. Él me dijo que no, que ése no,
que formato por formato… y me llevó ante unos cuadros enormes de El otoño de las
rosas. Yo no daba crédito a mi suerte y a su esplendidez. Opté por una acuarela
maravillosa, de rojos conmovedores, que desde entonces se ha convertido en mi
cuadro quita-pesares, por la obra y la historia que encierra.
Han pasado tres décadas desde
entonces, y cada vez que Antonio me llama para mostrarme obra nueva, acudo
expectante a su estudio. Y sus colores me susurran viajes, libros, poemas,
leyendas, paisajes íntimos, músicas lejanas, desolaciones, esperanzas… pintura
viva y vivida en la que el hombre y el pintor se dejan la piel. En Luz Herida hay cuadros que son un
puñetazo de rabia sobre la mesa, y otros una caricia serena de la vida, representada
a veces por una palmera (esa pequeña herbácea capaz de crecer en los ambientes
más inhóspitos hasta convertirse en un ejemplar majestuoso), las ramas desnudas
de un árbol, un paisaje agreste o una casa solitaria… la belleza amenazada por
la codicia del hombre. Y siempre la luz, envolviéndolo todo, mostrando hasta
sus más sutiles matices: el sol
obstinándose en salir a pesar de la lluvia, revelando, a través de las
pinceladas de Mengual, su más preciado secreto.
Blas Miras, artista
(Del catalogo de la exposición Luz Herida)
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