Clausurada ya la exposición,
el visitante sigue recordando la mañana de mayo en que, dejando a sus espaldas
la imponente catedral, entró en la diminuta sala y se sintió de inmediato
atrapado por la magia de la atmósfera que el maestro (el mago) había creado con pinceles y trazos, con versos y recuerdos, con la luz capturada en el lejano valle silencioso.
A la salida, el corazón latía algo más acelerado mientras el cielo plomizo comenzaba a lagrimear sobre la plaza.